Por Juan Gelman
El terremoto convertido en maremoto/tsunami que asoló 11 países del sudeste asiático y de Africa se inició a las 00.58 GMT del domingo 26 de diciembre que pasó. La Administración Nacional (estadounidense) en materia Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés) con sede en Hawaii emitió 16 segundos después un primer comunicado sobre el fenómeno natural en el que señalaba:
a) “según los antecedentes históricos en materia de terremotos y tsunamis, no existe una amenaza de tsunami destructivo”; b) “no entra en vigor ninguna alerta o vigilancia de tsunami” (www.prh.noaa.gov/ptwc/olderwmsg). La NOAA evaluó inicialmente que el sismo –la cuarta catástrofe de tal alcance desde el año 1900– era de 8 grados de la escala Richter, magnitud luego corregida al alza, a 8,5 y finalmente 9 grados. A dicho organismo pertenecen los científicos que trabajan en el Centro de Alerta de Tsunamis en el Pacífico (PTWC por sus siglas en inglés) instalado en Honolulu.
El distinguido economista Michel Chossudovsky –profesor de la Universidad de Ottawa con una larga trayectoria como consultor de distintos programas de las Naciones Unidas, autor de varios libros sobre su especialidad– formula preguntas inquietantes acerca del tema en un boletín del Centro de Investigaciones sobre la Globalización, con sede en Montreal (www.globalresearch.ca, 29-12-04). “Las fuerzas armadas y el Departamento de Estado de EE.UU. (que figuran en la lista de contactos del PTWC) recibieron una alerta temprana (del terremoto). La base naval norteamericana de la isla de Diego García en el océano Indico fue notificada. ¿Por qué los pescadores de la India, Sri Lanka y Tailandia no recibieron el mismo aviso que la Marina y el Departamento de Estado de EE.UU.? ¿Por qué el Departamento de Estado silenció la existencia de una catástrofe inminente? Contando con un moderno sistema de comunicaciones, ¿por qué no salió la información? ¿Por e-mail, teléfono, fax, satélites de TV?”. El profesor concluye: “Se podría haber salvado la vida de miles de personas”. El catedrático Tad Murty, de la Universidad de Manitoba, coincidió con su colega: “No hay razones para que una sola persona muera a consecuencia de un tsunami, en la mayoría de las zonas (devastadas) hubo lapsos de 25 minutos a 4 horas antes de que la ola golpeara” (The Calgary Sun, 28-12-04).
“¿Por qué no fueron informados los gobiernos de los países del océano Indico? –insiste Michel Chossudovsky–. ¿Hubo ‘directrices’ de las fuerzas armadas o del Departamento de Estado sobre la difusión de una alerta temprana?” Entre otros países de la región, Tailandia y Singapur integran el Grupo internacional de coordinación del Sistema de alerta de tsunamis, pero sólo Indonesia –donde el fenómeno ya hacía estragos– y Australia –muy lejos del epicentro– fueron avisadas de la amenaza. Esto ha preocupado a la senadora republicana Olympia Snowe, quien “investiga por qué la NOAA fue incapaz de proporcionar a las 11 naciones afectadas esa información valiosa que hubiera salvado vidas” (The Boston Globe, 2912-04).
Las preguntas del economista no se detienen ahí, avanzan sobre aspectos no menos inquietantes. “¿Por qué luego del desastre son las Fuerzas Armadas de EE.UU., y no las organizaciones civiles humanitarias y de ayuda que trabajan bajo la égida de las Naciones Unidas, las que asumen un papel dirigente (en la ayuda norteamericana a los damnificados)?” En efecto: el teniente general de marines Rusty Blackman, jefe de la 3ª fuerza expedicionaria naval que se está desplegando desde Okinawa y ex jefe de estado mayor de las tropas que tomaron Bagdad en 2003, fue designado responsable de todas las actividades de socorro de emergencia. Tres equipos bajo su mando ya se encuentran en Tailandia, Indonesia y Sri Lanka, se enviaron a la región dos portaaviones, decenas de aviones y helicópteros y varios miles de efectivos en un despliegue sin precedenteen la materia (www.defenselink.mil/news/Dec2004/n12292004_2004122905.html). Chossudovsky interroga: “¿Por qué se destina a un alto jefe militar que participó en la invasión a Irak a dirigir el programa estadounidense de ayuda de emergencia?”. Se podría agregar: ¿por qué nada menos que Colin Powell emprende una gira por la región, acompañado de Jeb Bush?
El todavía secretario de Estado norteamericano declaró en Yakarta que confiaba en que “como resultado de nuestros esfuerzos, como resultado de que los ciudadanos de Indonesia ven cómo nuestros pilotos de helicóptero los ayudan, se reforzará nuestro sistema de valores” (AP, 4-1-05). Confió en más: en que así “se secarán esos pozos de insatisfacción que podrían alimentar la actividad terrorista”. Menudos pozos de insatisfacción son para el mundo árabe y musulmán la ocupación de Afganistán en Irak, o la política de la Casa Blanca de apoyo irrestricto a Israel. Y luego: ¿ese despliegue militar estadounidense sólo procura proporcionar ayuda humanitaria, volver simpático el rostro militar de EE.UU.? ¿Las consecuencias del tsunami “ofrecen acaso una oportunidad para fortalecer la presencia del Pentágono en el sudeste asiático” (dc.ind ymedia.org, 29-12-04)? ¿Por esa razón la ayuda que la Casa Blanca ofreció a las víctimas del tsunami pasó súbitamente de 18 millones de dólares a 35 millones luego y a 350 millones por ahora? La base aérea tailandesa de Utapao, ubicada a unos 150 kilómetros al sur de Bangkok, se convertirá en un centro de comando de la mencionada fuerza expedicionaria naval de EE.UU. ¿Servirá además para avanzar en la realización del sueño imperial de los “halcones gallina”? En Utapao estacionaban los B-52 que bombardearon Vietnam del Norte. Pareciera que al teniente general Rusty Blackman no lo arredran los fantasmas.